El Papa Francisco estuvo al borde de la muerte por una crisis respiratoria el 28 de febrero. Su enfermero personal, Massimiliano Strappetti, insistió en seguir con el tratamiento. Durante su hospitalización más larga, enfrentó múltiples crisis. La transparencia del Vaticano sobre su salud fue inusual. Su recuperación se atribuye a la combinación de ciencia y voluntad. A pesar de su edad avanzada y problemas de salud anteriores, desafió las estadísticas. Este episodio abre el debate sobre los límites de la medicina en pacientes mayores. La vida del Papa estuvo en manos de Dios y de un enfermero que se negó a rendirse.
El equipo médico consideró interrumpir el tratamiento para evitar que el Papa sufriera más.
